Contra el golpe “institucional” en Paraguay

    Derrotar en las calles a Franco y sus cómplices

    Por Marcelo Yunes
    Socialismo o Barbarie, periódico, 05/07/2012

     

     

    La movida reaccionaria que desplazó del gobierno paraguayo a Fernando Lugo y entronizó a su ex vice, Federico Franco, ha sido calificada de “neogolpismo” (el analista internacional Juan Tokatlian), de “golpismo light” (Cristina Fernández, en la reunión de la Unasur), “un complot bien organizado” (The Economist) y de otras maneras. Más allá de las denominaciones, es importante, en primer lugar, dar cuenta del contenido del hecho y enmarcarlo en las tendencias políticas recientes de América Latina, antes de ver sus raíces y, sobre todo, de plantear una perspectiva.

     

    Un golpe “civil”, pero bien reaccionario

    Es evidente que a pesar de su fachada “institucional” y de haber recurrido a mecanismos constitucionales burgueses como el juicio político, la salida de Lugo fue forzada por un sector reaccionario de la burguesía paraguaya, con el apoyo y complicidad del viejo establishment político guaraní. En ese sentido, tiene un contenido golpista o semigolpista, esto es, de interrumpir la “normalidad” burguesa, en este caso de un gobierno que podía calificarse de “progre” sólo en relación con un pasado político como el paraguayo, que venía de un régimen monocolor casi ininterrumpido en toda su historia moderna.

    Cabe aclarar, inmediatamente, que a pesar de los puntos de contacto con otros “golpes institucionales”, o intentos en ese sentido, que han tenido lugar en la región, como el caso de Honduras en 2009, hay una diferencia importante: la falta de involucramiento e intervención directa de las Fuerzas Armadas. En el país centroamericano, por ejemplo, aunque la destitución de Zelaya fue parlamentaria, el Ejército cumplió un papel de primer orden en garantizar la salida forzada del presidente y su reemplazo por el notorio gorila Roberto Micheletti. Eso no es lo que ocurrió en Paraguay, donde, a pesar de que meses antes corrían rumores de actividad política en el ejército y hasta se hablaba de golpe, los mecanismos destituyentes fueron casi exclusivamente civiles.

    Podría decirse, por ese carácter civil y relativamente incruento (a pesar de que el detonante fue una masacre de campesinos), que se trata de un “golpe estilo siglo XXI”, por contraste con los golpes militares clásicos del siglo XX en América Latina. Pero más que enamorarse en exceso de la definición, cabe precisar algunos elementos que hacen a la situación específica del Paraguay

    Un gobierno incapaz de cambiar nada

    Cuando Lugo gana las elecciones, la expectativa de las masas que lo habían votado pasaba por esperar el fin de un régimen político ultra corrupto, vinculado a medrar con los recursos del Estado, el contrabando y hasta el narcotráfico, por un lado, y por el otro, había la esperanza de algún cambio en la estructura secularmente atrasada y desigual del Paraguay. Se trata de un país prácticamente sin base industrial alguna, que económicamente es una especie de mega estancia sojera, y donde la mayoría de los recursos, la propiedad y el comercio exterior están en manos de fuertes capitalistas brasileños y estadounidenses. La burguesía paraguaya hace rato se ha conformado con su rol de socia menor de los grandes “colonizadores”.

    No hubo ningún cambio sustancial en la estructura política del país: Lugo es un ex religioso, una figura carismática que no logró constituir un verdadero partido o movimiento propio. Y los partidos burgueses tradicionales funcionan con mecanismos de “cacicazgo” regional; no son partidos “modernos”.

    Como en todo país de escaso desarrollo industrial, la cuestión de la propiedad de la tierra ocupa un lugar central en la vida social y política. El 1% de la población controla el 77% de la tierra cultivable, lo que convierte la distribución de tierra en el Paraguay en la más desigual de la región, incluso por encima de Brasil. Las consecuencias sociales de estas cifras se miden en otras cifras: un 55% de la población vive en la pobreza, y un 31% en la miseria.

    Lugo había prometido, a su manera, una “reforma agraria”. Sin haber cumplido absolutamente nada, la sola enunciación de la idea bastaba para erizar la piel de los terratenientes paraguayos… y para que los movimientos campesinos se sintieran alentados a llevar adelante ocupaciones de tierras. Una de ellas fue la que gatilló la represión asesina y posterior crisis política, que el Partido Colorado aprovechó para romper la alianza entre el luguismo y el Partido Liberal (cuya figura era el entonces vice Franco).

    La figura de Lugo, por otra parte, venía sufriendo un fuerte desgaste. Lugo atravesó una combinación de peripecias poco usuales para un primer mandatario, como una seguidilla de juicios por hijos no reconocidos (¡mientras era obispo!) y un tratamiento por un cáncer linfático. Pero lo decisivo es que no supo cumplir ni siquiera con las moderadas expectativas que había despertado. Lugo quedó mal frente a todos: la burguesía que había debido digerir el fin del unicato colorado y las masas que lo votaron.

    En consecuencia, habían comenzado ciertos desbordes por la izquierda, sobre todo desde el movimiento campesino, a la vez que la burguesía y el establishment buscaban una solución para su descontento. Y cuando se trata de la propiedad de la tierra, los latifundistas paraguayos y extranjeros no quieren correr riesgos. Ante la inmadurez política de un movimiento de masas aún atrasado y sin tradición independiente (tampoco en ascenso generalizado), el vacío que estaba generando la inacción e incapacidad de Lugo debía llenarse con algo. Y la salida más a mano y menos traumática era el juicio político y el traspaso del poder al vice Franco, es decir, a lo más rancio del establishment capitalista del Paraguay.

    Si algo simboliza la esterilidad política del gobierno Lugo es la insólita pasividad y cristiana resignación con que el mandatario aceptó su destitución. ¡Se fue del Parlamento que lo había echado del poder sonriente y tranquilo, sin dar muestras del menor enojo! Digamos que, en una situación análoga, el propio Zelaya se había mostrado mucho más “combativo”. En verdad, da la sensación de que los presidentes del Mercosur, sobre todo de Brasil y Argentina, estaban más dispuestos a dar pelea por la restitución de Lugo que el propio Lugo, que sólo llamó tibiamente a repudiar al gobierno Franco después que fuera urgido a hacerlo por Dilma Rousseff y Cristina Fernández. Lo que nos conduce al punto siguiente.

    El contexto regional y la reacción del Mercosur

    Recordemos que el actual ciclo político latinoamericano, nacido con el siglo y que lleva una década, ha atravesado una serie de fases. Los gobiernos “progresistas” vivieron una especie de “primavera” política con su nacimiento (2003-2005) y luego debieron soportar una ofensiva reaccionaria (2008-2009) que se manifestó de diversas formas. En Argentina, fue el movimiento de la patronal agraria; en Bolivia, la ofensiva de la burguesía cruceña, que llegó a amenazar la unidad del país; en Venezuela hubo un serio intento de desgaste de Chávez; en Honduras fue el único triunfo claro de estas tentativas reaccionarias con el desplazamiento de Mel Zelaya y la consolidación de “Pepe” Lobo tras el interinato de Micheletti. Un coletazo tardío fue el último putsch policial contra Correa en Ecuador.

    El momento actual latinoamericano es más complejo y combina una serie de tendencias contradictorias, en un marco también nuevo, el de la crisis económica global. Entre esas tendencias, que se expresan con amplias desigualdades, desde ya, encontramos:

    a) un evidente desgaste, incluso con señales de cierto agotamiento, de las experiencias de gobiernos de “centroizquierda”, pero sin que se vislumbre con claridad un recambio ni por derecha ni por izquierda,

    b) el desarrollo de incipientes elementos de desborde por izquierda, pero sin llegar a un ascenso de masas ni tampoco de los trabajadores. Se trata de un proceso que avanza aún de manera molecular o sorda pero continua, si bien todavía con características más reivindicativas que de oposición política, y

    c) un intento de sectores más tradicionales y reaccionarios de las burguesías de buscar un recambio menos traumático a los gobiernos de “centroizquierda”, pero con menos empuje que en 2008. A esto se agrega un elemento casi inédito, que es el punto más bajo de la influencia política de EE.UU. en la región, lo que se manifiesta en la crisis de la OEA y el surgimiento de entidades políticas regionales (la Unasur, sobre todo) en las que el imperialismo yanqui no tiene margen para imponer políticas o estrategias

    Todo esto está cruzado por una crisis mundial que todavía no golpea de lleno (algo que favorece a los actuales gobiernos porque hace menos acuciantes los problemas), pero es cada vez más amenazante.

    Por otro lado, un dato nuevo es que empieza a haber agitación social, por ahora sobre todo entre los estudiantes, en países que hasta ahora venían prácticamente fuera del ciclo regional, como Chile, Colombia e incluso México (aunque haya triunfado el PRI). Un test importante serán las elecciones en Venezuela y el destino de Chávez.

    En este marco, la respuesta del Mercosur y la Unasur frente a la crisis paraguaya fue de una estudiada cautela. Por un lado, Brasil y sobre todo Argentina pusieron el grito en el cielo y se negaron a convalidar una movida turbia de la derecha y la burguesía más rancia para sacarse de encima un gobierno que sentían ajeno. Sin duda, no quieren aceptar que se siente un precedente que podría volverse contra otros gobiernos, como los que encabezan Cristina K y Dilma. Además, se trata del primer ejemplo de “neogolpismo” en el Cono Sur, lo que prende luces amarillas o naranjas en la región.

    Por el otro, sobre todo a instancias de Brasil, no se tomó ninguna medida efectiva de bloqueo o boicot económico y político contra el nuevo gobierno paraguayo. Es evidente que si el Mercosur, en especial Brasil, juega fuerte, Franco no dura ni dos meses. Todo indica que en el caso de Rousseff primó el criterio de no entorpecer los intereses y negocios de los brasileños en Paraguay (que son decisivos), a expensas de dejar vacío de contenido el “repudio político” formal de la cumbre de Mendoza.

    Aún es temprano para vaticinar la evolución de la diplomacia latinoamericana (Estados Unidos sigue sin decir esta boca es mía), pero una cosa es segura: a lo más que pueden recurrir los gobiernos de la región contra el “desarreglo” en el Paraguay es a los altos principios democráticos y las sacrosantas instituciones. En modo alguno apelarán a la intervención del movimiento de masas. Pero, justamente, allí reside la única clave para derrotar al ilegítimo y reaccionario gobierno de Federico Franco.

    Todo el apoyo a la movilización antigolpista. ¡Asamblea Constituyente para barrer con el régimen!

    Nada se puede esperar de la pusilanimidad de Fernando Lugo, que al principio se tomó muy filosóficamente su destitución y sólo se quejó un poco cuando lo empujaron desde el Mercosur. Pero tampoco se puede depositar la menor confianza en los mecanismos “institucionales” y en las “gestiones regionales” de Rousseff, Cristina y Cía.

    A pesar de Lugo, y no gracias a él, hay un proceso de movilización antigolpista en Paraguay que llamamos a apoyar y desarrollar con todo. No se trata sólo de evitar que se consolide un precedente peligrosísimo: en el fondo, la única manera de liquidar definitivamente el régimen político paraguayo, de los más corruptos y podridos del hemisferio es con la movilización en las calles. ¡Las opciones “fuera del sistema” como Lugo demostraron con creces sus límites insalvables!

    La banda que ha puesto en el poder a Franco es el epítome de lo más tradicionalmente siniestro de la política paraguaya. Lugo ha señalado como cabecilla del complot destituyente al candidato del Partido Colorado Horacio Cartes, un personaje al que el mismísimo Departamento de Estado yanqui vincula con el lavado de dinero del narcotráfico. El Parlamento brasileño, más cauto, lo acusa “sólo” de contrabandista de cigarrillos. Y los campesinos masacrados ocupaban campos atribuidos a Blas Riquelme, un prominente empresario y ex senador colorado (The Economist, “Lugo out in the cold”, 30-6).

    La única salida realmente transformadora “pasa por la amplia movilización de masas, la defensa de la tierra para los campesinos, de una reforma agraria radical y la imposición de una Asamblea Constituyente que barra con las podridas instituciones de la ‘democracia’ latifundista del país” (“Declaración de Socialismo o Barbarie Internacional”).

    Llamamos a la más amplia solidaridad con las masas trabajadoras, campesinas y populares del Paraguay, y en particular con quienes se están movilizando en las calles en repudio al gobierno de Franco. Al respecto, es necesario exigir que los “progres” pasen de las palabras a los hechos. ¡Basta de declaraciones para consumo interno: exigimos a los gobiernos de la región la inmediata ruptura de relaciones con el nuevo gobierno semigolpista de Franco!

    No se trata sólo del destino del país hermano. La causa antigolpista en Paraguay debe ser la de todos los pueblos latinoamericanos, porque todo golpe o destitución reaccionaria puede ser y será utilizado contra los pueblos, los trabajadores y la juventud en todo el continente. El ejemplo de Honduras es elocuente al respecto: allí se verificó un inmenso retroceso en las libertades democráticas, en primer lugar para los luchadores obreros, estudiantiles y populares. Hay que impedir, con la movilización en las calles, que eso pase en Paraguay.