La primera vuelta de las presidenciales dio como ganadores a un islamista y un ex ministro de la dictadura, pero con la mayoría de los electores en contra y en medio de cuestionamientos y amplias protestas populares
El proceso de rebelión-revolución abierto en Egipto tuvo un importante hecho político con la realización de sus primeras elecciones presidenciales tras la caída del dictador Mubarak. Estas se llevaron a cabo el 23 y 24 de mayo, con resultados que implican una profundización de todas las contradicciones de dicho proceso.
Al no haber un ganador absoluto, estas deberán resolverse en un ballotage, que se realizaría el 16-17 de junio, entre los dos candidatos más votados: Mohamed Morsi (candidato de los Hermanos Musulmanes, con un 25 por ciento) y Ahmed Shafiq (ex primer ministro de Mubarak, con un 24 por ciento). En tercer lugar, y fuera del ballotage, quedó un nasserista con perfil progresista y combativo, Hamdin Sabahi, con el 22 por ciento de los votos.
A esto se le suma otro hecho de gran importancia: la culminación del juicio a Mubarak, que implicó la condena a cadena perpetua del ex dictador, al mismo tiempo que la absolución de sus hijos y de 6 altos oficiales de policía involucrados en la represión. Esta decisión enfureció a enormes sectores de la población egipcia, que salieron masivamente a la calle exigiendo la ejecución de Mubarak y sus cómplices.
Estos hechos vuelven a poner a Egipto en el centro de la escena política, por poner en crisis al proceso de rebelión-revolución iniciado en enero-febrero de 2011 y tensar al máximo la “transición democrática”. Esto exige una breve reflexión desde estas páginas.
La “transición democrática”, un pacto conservador contrarrevolucionario
Tras la caída de Mubarak, la Junta Militar en el poder llevó adelante en marzo un referéndum delineando un proceso de transición, concebido como una política de “reabsorción democrática”, para contener el proceso de lucha de masas en los términos más conservadores posible (es decir, intentando no alterar ninguno de los fundamentos de la sociedad egipcia, ni siquiera el enorme peso de la corporación militar, la sumisión al Estado de Israel, la enorme desigualdad social, etc.).
Como desarrollamos en un artículo anterior[1], todo este proceso se basó en un pacto por arriba entre la Junta Militar y los Hermanos Musulmanes[2], con el apoyo activo o pasivo de gran parte del espectro político burgués. En este pacto, los grandes excluidos fueron la juventud y los sectores obreros y populares que hicieron la rebelión-revolución del 25 de enero: una amplia vanguardia con un carácter fuertemente laico[3] y progresista en lo político, económico y social, que contrasta abiertamente con el contenido reaccionario religioso y neoliberal de los islamistas. Esta nueva vanguardia no fue consultada en ningún momento y sus demandas fueron mayormente desoídas, al margen de algunas concesiones puntuales hechas con el objetivo de desmovilizarlas.
El “plan de transición” consistía en varias fases: la realización de unas elecciones parlamentarias en varias tandas comenzando en noviembre de 2011, el desarrollo de una reforma constitucional por parte del nuevo parlamento una vez que estuviera conformado, y finalmente el llamado a elecciones presidenciales para mayo de 2012. Una parte no dicha pero implícita en este plan era que ni los Hermanos Musulmanes ni la propia Junta Militar iban a presentar candidatos presidenciales propios, y que en cambio iban a buscar un candidato de consenso entre ambos, que contara con el agrado del imperialismo y la burguesía.[4] Quedaba pendiente, a todo esto, el juicio a Mubarak y los principales implicados en la represión.
Las elecciones parlamentarias dieron mayoría casi absoluta a los Hermanos Musulmanes, lo cual los dejó como principales voceros de la nueva “democracia” egipcia, poniéndolos a prueba frente a las masas. Quedaron también con la responsabilidad de encabezar el proceso de reforma constitucional, que fracasó tras su intento de imponer su contenido unilateralmente.[5] Esta maniobra se encontró con la oposición firme de los sectores laicos, entre ellos las fuerzas de la plaza Tahrir.
Egipto entró entonces en el tramo final del proceso de “transición democrática”: las elecciones presidenciales. En este tramo aumentaron las fricciones entre los Hermanos Musulmanes y la Junta Militar, ante lo cual los primeros decidieron presentar un candidato propio, contradiciendo su promesa pública anterior de no hacerlo. La Junta Militar respondió también presentando los suyos propios: Omar Suleiman (ex jefe de inteligencia de Mubarak y vicepresidente durante la crisis de enero-febrero de 2011), y Ahmed Shafiq (ex primer ministro de Mubarak durante la misma crisis, responsable de organizar la “batalla de los camellos” contra la plaza Tahrir).
Esto implicaba toda una provocación hacia el movimiento revolucionario, que contestó con movilizaciones exigiendo una ley que dejara afuera de las elecciones a los “felool” (remanentes del viejo régimen). Esta ley fue aprobada por el nuevo parlamento, pero suspendida por la Junta Militar que la transfirió a la Corte Suprema (que al día de hoy todavía no se expidió sobre el tema).
Al mismo tiempo, la Junta Militar prohibió individualmente la presentación del candidato de los Hermanos Musulmanes (que debieron reemplazarlo por otro nuevo, Mohamed Morsi), de los salafistas (islamistas fundamentalistas) y del propio Suleiman. Con esta maniobra, dieron vía libre a la candidatura de Shafiq quitándole toda posible competencia, permitiendo concentrar en sus manos la mayor parte del voto conservador y contrarrevolucionario. Quedaron delineadas entonces las candidaturas de los grandes aparatos burgueses egipcios: los militares y los Hermanos Musulmanes.
Por su parte, un importante sector de la juventud y de las organizaciones revolucionarias llamaron al boicot, desconfiando de las elecciones controladas por la Junta Militar. Otro sector apoyó las campañas de candidatos con perfil progresista como Hamdin Sabahi, un nasserista con tradición de denuncia al sionismo y de apoyo a las luchas populares, fuertemente involucrado en la lucha contra el régimen mubarakista; o de Abel Fotouh, ex miembro de los Hermanos Musulmanes. Ninguna de las candidaturas principales expresó una alternativa clasista y socialista, siendo este uno de los mayores déficits del proceso de rebelión-revolución egipcia.
Las contradicciones del terreno electoral
Con estas consideraciones pueden comprenderse un poco mejor los resultados electorales. Sin embargo, faltan todavía algunas importantes observaciones:
1) El presentismo electoral bajó desde el 54 por ciento de las elecciones parlamentarias (número ya de por sí bajo en relación a las democracias burguesas más “normales”) a un 46 por ciento en las presidenciales. Esto puede indicar desde una desconfianza a las elecciones hasta una mala organización de aquellas (en esto influye, por ejemplo, que la elección se hizo en días laborales, dificultando la participación de los trabajadores), pero en todo caso indica que ningún ganador es realmente mayoritario.
2) El islamismo fue la fuerza más votada de las elecciones, pero bajó mucho en relación a las parlamentarias (perdiendo casi 25 puntos porcentuales). Su descrédito proviene de su desempeño como mayoría parlamentaria: el fracaso de la constituyente, la ruptura de su promesa de no presentarse a presidenciales, su ineptitud para estabilizar la situación política (marcada por la permanencia de choques entre la oposición y los “baltageya”, matones de la Junta Militar) y económica (con fuertes problemas como la ausencia de combustible). Pese a esto, al conservar todo su aparato político-social y cierta expectativa de los sectores empobrecidos y rurales, sigue siendo la primera minoría y entró al ballotage.
3) Shafiq concentró el voto contrarrevolucionario en condiciones en que la Junta Militar sigue manejando el país y manipulando su vida política (lo cual incluye, entre otras cosas, la posibilidad de que haya existido fraude a su favor, como fue denunciado). Su base social son los sectores más atrasados de la sociedad (por ejemplo, el delta del Nilo, también bastión histórico del fundamentalismo islámico). El voto a Shafiq sigue siendo una minoría en relación al total de votos emitidos y más aún frente a todo el padrón, pero conforma un número suficiente para entrar al ballotage.
4) Un importante sector (más del 40 por ciento de los votos) se volcó a candidatos como Sabahi, Abel Foutouh y otros menores, sin relación con el antiguo régimen mubarakista y de perfil progresista. Si bien esos candidatos no encarnan una alternativa clasista y socialista, el voto hacia ellos refleja el giro a la izquierda de amplios sectores de la población, y en caso de haber presentado una única candidatura podrían haber entrado fácilmente al ballotage.
Un dato especialmente importante es que en El Cairo y Alejandría, las dos mayores ciudades y centros industriales del país, el ganador fue Sabahi, en contraposición con el Egipto más rural y atrasado, donde se impusieron los candidatos islamista y militar.
Los resultados de las elecciones son entonces son muy contradictorios: favorecen a las dos principales fuerzas contrarrevolucionarias –la Hermandad y los militares–; al ballotage entran un candidato abiertamente contrarrevolucionario (Shafiq) y otro que expresa el ala más derechista, fundamentalista religiosa, retrógrada y neoliberal de los que no pertenecieron al mubarakismo (Morsi). Pero al mismo tiempo, esos resultados no implican una mayoría incuestionable, la gran mayoría de una u otra forma no los apoyó y el estado de ánimo de importantísimos sectores juveniles, obreros y populares cuestiona abiertamente esos resultados.
Estas elecciones se presentaron como un ultimátum reaccionario: o con el “antiguo régimen”, o con el “Islam hecho gobierno”. Dos alternativas que amplios sectores no comparten.
Por eso estos resultados fueron recibidos con mucha bronca entre el activismo y los sectores revolucionarios, que organizaron protestas y llegaron inclusive a incendiar el local de Shafiq.
Estos sectores discuten hoy en día qué táctica adoptar frente al ballotage. Entre ellos crece la perspectiva de movilizarse hasta imponer la aplicación de la ley congelada en la Corte Suprema, que dejaría inmediatamente afuera de las elecciones a Shafiq por ser un remanente del viejo régimen. Buscan también cómo evitar que esto deje el poder en manos de los Hermanos Musulmanes, barajando entre otras cosas la posibilidad de un “consejo presidencial” de todos los candidatos contrarios al “antiguo régimen” mubarakista.
Absuelven a los represores, vuelve la movilización
En este marco de creciente bronca popular se dio el anuncio de las sentencias por el juicio a Mubarak, sus hijos y los altos jefes policiales implicados en la represión. La absolución de estos últimos implicó tirar más leña al fuego, desatando la movilización de entras decenas y cientos de miles de personas, que exigen la ejecución del dictador y de sus oficiales.
El regreso de las masas a las calles implica la posibilidad de reavivar el proceso de rebelión-revolución puesto en crisis por los resultados electorales. Al contrario de lo que afirman algunas visiones pesimistas, al pueblo egipcio le quedan enormes reservas de energía combativa, y el desarrollo político de la situación está completamente abierto.
El resultado de las elecciones es un triunfo reaccionario, pero un triunfo débil y de inmediato cuestionado.
Todavía no ocurrió ninguna derrota definitiva, y ni siquiera en el peor de los escenarios electorales el “antiguo régimen” puede recobrar su pleno dominio sin antes vencer con la represión a las masas sublevadas.
¡Viva la rebelión-revolución egipcia y de todos los pueblos árabes!
Por Ale Kur
Para Socialismo o Barbarie, 06/06/2012
NOTAS
1-“La revolución, puesta a prueba por la trampa electoral”, SoB 215, 27/12/11.
2-La “Sociedad de los Hermanos Musulmanes” es una organización política islamista, que había estado prohibida durante la era Mubarak, pero que en los hechos era tolerada por el régimen (llegando inclusive a tener varios diputados presentados como “independientes”). A través de las mezquitas y el manejo de la “zakat” (sistema islámico que provee servicios sociales y asistencialismo a gran escala en base a una especie de “impuesto religioso” o de limosna), desplegó una amplia red político-social, profundamente arraigada entre los sectores empobrecidos y rurales. Esa base social le permitió emerger como la principal fuerza política organizada tras la caída de Mubarak, ya que la Junta Militar disolvió el partido mubarakista (el único partido legal existente durante décadas) como subproducto de la lucha de las masas. Los Hermanos Musulmanes no jugaron ningún rol en enero-febrero, por lo cual su fuerza social no salió de allí, aunque pudieron capitalizar política y electoralmente una gran parte del descontento con el viejo régimen entre los sectores más pasivos y atrasados de las masas.
3-Estos rasgos se retratan en el artículo “Impresiones sobre la rebelión egipcia”, SoB 210, 30/09/11
4-Ese acuerdo le valió la expulsión de los Hermanos Musulmanes a Abel Foutouh, que presentó su candidatura por su cuenta desoyendo las directivas de su organización. Este candidato, con un perfil más “progresista” y liberal, apareció como uno de los candidatos de la juventud revolucionaria en las últimas elecciones, saliendo en cuarto lugar en ellas.
5-La actual Constitución egipcia ya contempla a la Sharía (ley islámica) como “fuente de legislación” del Estado, pero bajo el régimen militar esta definición es más bien formal, conservando aquel todavía un carácter mayormente laico. Los Hermanos Musulmanes plantean un vínculo mucho más directo entre la Sharía y la legislación, con implicancias concretas que todavía no está claras (y que dependen en última instancia de la lucha de las masas egipcias en defensa de sus derechos contra cualquier posible zarpazo reaccionario). Esto no solo le provoca a los H.M. contradicciones con los sectores laicos del movimiento revolucionario, sino con los propios militares que se plantean (paradójicamente) como una salvaguarda de los derechos de los ciudadanos.